domingo, 20 de mayo de 2018

“EL TROPEZON”, UNA FIRMA COMERCIAL CON MAS DE 90 AÑOS EN VILLA ANGELA QUE SIGUE HACIENDO HISTORIA DON ADOLFO “VELVL” Por don Jacobo Garber


Don Adolfo Zilberfarb era uno de los tantos inmigrantes llegados a la Argentina que huían de la Europa hambrienta después que finalizara la primera guerra mundial (1914-1918). Las noticias que se recibían de los que ya estaban establecidos en Argentina, hablaban de libertad religiosa y muchas posibilidades de progreso.
Desembarcado en Buenos Aires en 1923, quedaba en el recuerdo su pueblo natal “Kamenetz-Podolsk” donde viera luz un 15 de Octubre de 1898, al igual que Brest Litovsk donde trabajó como ayudante panadero.

Junto a sus compañeros de travesía del trasatlántico “Opalim”, estando en el hotel de inmigrantes, se propusieron buscar trabajo, tarea no fácil en esos años, informado que había mayores posibilidades en la provincia de Santa Fe donde estaban establecidas las colonias judias de la “Jevis-Colonización”, junto a otros en igual situación viajaron a Ceres, y apenas bajaron los buscaron para cargar algunos vagones de alfalfa enfardada que traían de las mencionadas colonias, Palacios, Montefiore y otras.
Durante varias semanas se mantuvieron con esos trabajos en las cercanías de la estación, y si bien esto no satisfacía sus aspiraciones, ni era la América soñada, se estaba mucho mejor que en la lejana Rusia.

Viéndolo guapo y trabajador lo empleó un comerciante de ese pueblo, don Piñe Guberman, pero él no se conformaba con lo que ganaba y dos de sus amigos con los que vino de Buenos Aires arriaron una caballada hacia Villa Angela, siguieron posteriormente a General Pinedo y Charata donde se había formado una colonia judía de agricultores que habían dejado los campos de la provincia de Santa Fe, estableciéndose en el Chaco sembrando el “oro blanco”, que así llamaban al algodón, le escribieron que lo mejor que había en el Chaco era Villa Angela, con colonias, obrajes, fábrica de tanino, desmotadoras, aserraderos y proyección de una fábrica de aceite.
Resolvió por lo tanto trasladarse a este pueblo con una recomendación para trabajar en el negocio de don Pablo Daich, con quien trabajó un tiempo, luego ante mejores condiciones pasó a emplearse con Salomón Trajtinguer, suegro de David Barpal quien tenía farmacia en nuestro pueblo.
Pensando siempre en independizarse ahorraba centavo a centavo y cuando se dieron las condiciones compró una casa de tablas en el pueblo viejo estableciendo un negocio como tantos otros que había allí, lo que más vendía eran bebidas y fiambres.
Cuando se encaminaba para habitar la casa de tablas para iniciar su actividad comercial tropezó y cayó al suelo frente al mismo, por lo que don Luis Jara quien después fuera empleado durante muchos años, le dijo; su negocio se va a llamar “El Tropezón” y así fue.

En aquellos años si en un boliche paraba un cachapecero, ya volviendo hacia el pueblo Días o La Avanzada paraban los otros quince o veinte que lo seguían, porque don Adolfo tuvo la idea de comprar una vitrola y les brindaba música, tomaban y se aprovistaban para lo que llamaban “la vuelta” y repetir la tarea de cargar rollizos de quebracho colorado y de nuevo llevarlos a la fábrica de tanino o bien a la playa del ferrocarril. 1929 lo sorprendió ya casado con doña Rosa Etkin, y su empleado don León Heker que reemplazaba a su hermano Isaac quien debía cumplir con el servicio militar. La lucha entre el pueblo viejo y el nuevo tuvo consecuencias negativas para el comercio donde se estableció don Adolfo, ya estaban en el pueblo viejo los molinos y tanques elevados y la represa llamada el “dos cuarenta” para abastecer de agua a las locomotoras cuando llegó la orden de construir la estación en la nueva villa. Si bien esto sucedió mucho antes, resultó que se establecieron fondas cerca de las playas del ferrocarril y los carreros que a veces debían esperar que les pesaran y les recibieran la madera ya tenía más a mano donde tomar, comer y abastecerse. El pueblo viejo decaía comercialmente, pero aún cuando venían los temporales de lloviznas que duraban varias semanas, y la única forma de llegarse hasta la estación por algún mensaje era caminando por las propias vías del ferrocarril. Así lo hizo don Adolfo para averiguar si le llegó una mercadería de Santa Fe, allí se encontró con don Gonzalo Pando que era comerciante, obrajero, ganadero, desmotador de algodón y que daba gran impulso al pueblito con sus diferentes iniciativas, ¿Qué haces ruso? Le preguntó, Don Adolfo le contó sus penurias y el cambio producido en la primer zona poblada, la falta de perspectivas ¿y porque no te cambias? le dice don Gonzalo, simplemente porque no tengo lo suficiente para comprar algo de este lado. Desde este día don Gonzalo se convirtió en su ángel protector, ya que sin dinero le concedió un terreno, le consiguió quien le comprara su casa del pueblo viejo, y pasó a ser su real amigo ante cualquier emergencia. En 1931 estaba ya establecido en su nueva casa de material, con comodidades para la vida de familia, salones amplios de negocio, escritorio, galpones y un gran patio para que sus clientes los colonos pudieran desatar los caballos y darles de comer, ese era el detalle imprescindible para todos los comerciantes en esos años.
Siempre supo rodearse de buenos colaboradores, tenía un carácter jovial, curioso hasta los más mínimos detalles, y su cordialidad hacía que apenas lo saludábamos nos ofrecía algo para tomar o bien jugar al domino, de lo cual conocía algunos fundamentos y casi siempre nos ganaba. Si la visita era fuera de horario comercial, nos invitaba pasar al comedor donde en el piano su hija Esther interpretaba distintas piezas de su repertorio. Su excepcional rapidez mental obligaba a sus colaboradores a cuidar el surtido de las mercaderías, pues apenas entraba en los galpones visualizaba lo que pudiera faltar para pedirlo de inmediato. Cuidaba el vencimiento de las facturas, pues sabía que cumpliendo tenía asegurados nuevos créditos.
Tanto los viajantes como los clientes recibían un trato de amigos, y cuando se hacían los grandes bailes en los carnavales, y debía levantarse varias veces en la noche para que sus clientes atasen sus caballos en los carros, para volver a sus chacras, lo hacía con paciencia, cosa que resultaba agradable a la gente.
En 1934 le nacieron mellizas, pero su mujer quedó muy debilitada y casi no podía atenderlas, y fue entonces doña Estefanía Solis, emparentada con la familia Franco, quien la atendió como una madre, y don Adolfo mientras duró la vida de esa mujer, para las fiestas de Navidad y Año Nuevo le hacía llegar enormes canastos con obsequios, que aún hoy recuerdan los nietos de doña Estefanía.
Años y años de trabajo hicieron que mereciera el respeto de la gente. El tiempo hizo que al casarse sus hijas convirtiera todo en una empresa familiar, llegando en determinado momento ser uno de los negocios más importantes de nuestra localidad, puesto que aquel tropezón del pueblo viejo, sigue presente tomando los sistemas modernos que exige el comercio en la actualidad, los viejos elementos, los años idos están como testigo mudo en el museo de nuestra ciudad, como si aquel pionero dijera; presente.

El 28 de febrero de 1978 le venció el documento que no requiere firma ni aval, y cerrando sus ojos sus restos descansan en el Cementerio Israelita local. Me queda recordar que en el escritorio de don Gonzalo Pando, tenía orden el cajero de facilitar a don Adolfo el dinero que pudiera necesitar sin limitaciones, cierto día encontrándose en esa oficina, el cajero le dice a don Gonzalo; ¿Cómo es que siendo usted tan minucioso en los detalles, y me ordena que todos los que retiran dinero firmen los recibos y dejen sentado su número de documento, le acepta a don Adolfo que solo haga en el recibo una señal?. Con la seriedad que merecía el caso y la simpatía que sobraba a don Gonzalo, en su contestación tan solo atinó a decir; por la sencilla razón que don Adolfo Zilberfarb no sabía ni leer ni escribir. Se me ocurre pensar ¿Qué hubiera llegado a ser si no fuera analfabeto?; anécdotas de otros casos hacen pensar que hubiera terminado como empleado de otros comercios donde trabajó. Y me vuelvo a preguntar; ¿Qué pasaba con la gente cuando no había escritura? ¿acaso no dirigían pueblos?, ¿no organizaban ejércitos?, ¿o nació la escritura junto a la creación? Porque más analfabeto es aquel que se cree superior por el solo hecho de saber bien o mal leer y escribir.
En la actualidad, de todos los negocios antiguos es el único que está en pie.


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